Dirigentes políticos y protocolo
Admitámoslo, la palabra protocolo no suena bien en política por varias razones. Algunos utilizaron el protocolo para justificar unos gastos superfluos, innecesarios o de carácter personal que siempre corrían de cuenta del erario. Otros aluden a la lejanía con la ciudadanía que provocan las supuestas imposiciones del protocolo y muchos más, rechazan el protocolo simple y llanamente por ignorancia. Sin embargo, no existe un solo dirigente político de éxito en el mundo que no tenga entre sus más cercanos colaboradores a un experto en protocolo.
La presencia de un director de protocolo en los gabinetes que auxilian a dirigentes tiene sentido y vigencia si se tienen en cuenta las tres responsabilidades fundamentales que, como mínimo, tiene un Jefe de Protocolo:
- Dirigir la operativa y la producción de las comparecencias públicas.
- Asesorar sobre cortesía, modos, usos y costumbres de quienes van a tener relación con un dirigente y finalmente,
- Administrar los egos de quienes, en público, pretenden beneficiarse de la cercanía a los gobernantes.
Cualquier asesor político que se precie conoce la importancia de una excelente puesta en escena de la persona a la que ofrece consejo. Mientras que otros asesores determinan cuándo, con quién, dónde y porqué, quien se dedica a asesorar en materia de protocolo ofrece respuestas al cómo, proporcionando soluciones de gran valor para el marketing político en su objetivo final de hacer que “el señorito” adquiera una posición solida e influyente. Cabe tener en consideración que la mayoría de las decisiones que el ser humano toma están afectadas por el sentido de la vista. Así que no vale cualquier forma de vestir, sonreír, moverse, gesticular, colocarse, mirar, saludar o simplemente estar de pie cuando se trata de ganar adeptos. No tiene igual significado estar situado en el centro que en los extremos; hablar de pie que hacerlo sentado o entrar a un auditorio de cara al público que hacerlo de espaldas a el. Del valor que aporta el protocolo a la credibilidad e imagen pública de un dirigente el lector puede preguntar, si tiene oportunidad, a Barack Obama, cuyas comparecencias desde el punto de vista de la imagen y la organización, siempre fueron perfectas.
Por otro lado, no todos los políticos tienen en cuenta la responsabilidad que supone relacionarse públicamente con dirigentes, de igual o superior rango, con eficacia. La cercanía es una virtud del político cuando se practica en el ámbito y contexto de su responsabilidad, pero cuando el dirigente político sale de ese marco y se relaciona públicamente con otro dirigente de igual o superior rango, está obligado a conocer las pautas culturales y las normas de cortesía y etiqueta del lugar que visita, en especial cuando se viaja en calidad de invitado de honor. La forma de saludar a una señora, la manera de agasajar o el éxito de una visita oficial están muy condicionadas por las tradiciones y cultura de quienes actúan como anfitriones y el comportamiento del dirigente que tiene el rol de invitado de honor. Hay incluso formalidades que no pueden ser aceptadas por condicionantes culturales y que, por lo tanto, deben ser negociadas por los equipos de protocolo para evitar malas interpretaciones por parte de quienes observan. De este aspecto del protocolo también podría dar fe Barack Obama, con su nefasta actuación en la Visita de Estado que llevó a cabo al Reino Unido y en su desacierto al intentar besar en público, con intención de cercanía, a la Premio Nobel de la Paz, Suu Kyi. ¿Desconocía Obama que en Myanmar las muestras públicas de afecto -como besarse o abrazarse- no son aceptadas y menos con una mujer?
Finalmente, cuando se ostenta el poder o se pretende alcanzarlo, alguien debe asumir la gran responsabilidad de colocar a cada cual en el lugar que le corresponde. Las normas legales al respecto no alcanzan a cubrir ni el 5% de la casuística que gestiona un Jefe de Protocolo que, en este caso, tiene una doble misión: hacer que su asesorado ocupe siempre el lugar más destacado y distribuir espacialmente a dirigentes cuyos egos siempre pretenden sobresalir de los demás. De lo anterior, se podría preguntar al presidente Trump, por ejemplo.
Hay otra razón por la que un dirigente debe tener a un responsable de protocolo cerca: siempre dispondrá de alguien a quien culpar si se produce algún fallo en sus comparecencias…y eso ya lo tenemos asumido quienes nos dedicamos a la práctica protocolaria.
Si usted es o pretende ser un político con altas responsabilidades, hágame caso. Ponga un buen Jefe de Protocolo en su vida política. No se arrepentirá.
Artículo original en el magazine de CAREP.
© Juan de Dios Orozco López
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